El cuento del Fénix

“Érase una vez un mundo grande y bonito en el que vivían en cierta armonía un grupo de dioses bellos y tremendamente poderosos: el Dios de la Tierra, el Dios del Cielo y el Dios del Inframundo. Todo parecía perfecto, pero un día, el Dios de la Tierra sintió que faltaba algo, que aquel mundo era demasiado lindo como para solo ser habitado por ellos.

Así que creó a los seres humanos.

Los humanos fueron hechos a imagen y semejanza de los dioses, con capacidad para crear, con una gran inteligencia y con unas capacidades que hicieron del mundo que se les había otorgado algo más hermoso de lo que ya era en su origen. Sin embargo, al igual que los dioses, también los humanos tenían sus diferencias y acabaron por realizar actos de soberbia que no les agradaron a los dioses.

El Dios del Cielo entonces creó a los ángeles para que guiasen a los humanos por el camino correcto. El correcto para no ponerse por encima de los dioses, claro, prometiéndoles ayuda y protección si seguían lo que ellos llamaban “el buen camino”.

El Dios del Inframundo por su parte no estuvo de acuerdo, por lo que creó a los demonios para que tentasen y corrompiesen a los humanos… y a algunos ángeles, naciendo de aquella manera los ángeles negros, seres originalmente celestiales que acabaron por revelarse ante su creador.

Y entonces comenzó la guerra.

El bonito mundo se cubrió de caos, de sangre, de disputas, de miedo y de discordias, siendo los humanos los principales perjudicados, así como su propio creador, el Dios de la Tierra. Triste por ver como todo lo que habían creado se destruía poco a poco por aquella tonta pelea, el Dios de la Tierra usó su gran inteligencia, pues era el más listo de los dioses, y propuso algo para que todo aquello terminase.

Así nació la libertad.

Humanos, demonios, ángeles, ángeles negros, todos serían libres. Libres de vivir como quisieran, sin necesidad de servir ni contentar a ningún dios si ellos no gustaban de hacerlo. Así, el Dios de la Tierra, el Dios del Cielo y el Dios del Inframundo solo se limitarían a observarles. No obstante, habían causado tanto daño al bonito mundo con su innecesaria pelea, que los dioses se vieron obligados a compensarlo de alguna manera.

El Dios del Cielo creó a los perros, para proteger a los humanos fielmente sin separarse de su lado; a los lobos, para que les guiaran con su sabiduría y la unidad de sus manadas; a los tigres, para que aprendieran a temer y a la vez a amar lo que hay tras el peligro cuando se lo respeta; a los halcones, para que fueran sus ojos y las alas con las que nunca nacieron; y, finalmente, a los hermosos tritones, para poblar las aguas del mundo tras la masacre que había ocasionado en tierra.

El Dios del Inframundo creó a los nekos, para estar cerca de los humanos pero recordándoles que hasta la criatura más tierna puede llegar a ser fría, seductora e independiente; a los vampiros, para mostrarles que la sed de sangre podía ser una necesidad para vivir eternamente; a los dragones, para que temieran y envidiasen la colosalidad, la sabiduría y el poder que éstos poseían; a las panteras, para que aprendiesen que siempre serían la presa de un depredador natural; y, al igual que el Dios del Cielo, pobló las aguas también con otra raza, los tiburones, para que los humanos aprendieran que el peligro les acecharía allá adonde fueran.

Por su parte, el Dios de la Tierra creó a los tiernos pero inteligentes usagi, puesto que la población del mundo había descendido mucho con la guerra y hacía falta una forma de solucionarlo rápidamente…

Y te preguntarás entonces, ¿quién fue el que creó a los fénix?

El sol estaba en todo su esplendor el día en que al fin la disputa de los dioses cesó, gracias a la inteligencia del Dios de la Tierra. Su acuerdo fue el origen de la libertad, del libre albedrío y la total aceptación de esto. Entonces, ante lo que esto provocó en el universo, la luz del sol se intensificó, su brillo cegó hasta a los dioses y la temperatura aumentó considerablemente en el mundo entero.

Entonces, el sol estalló.

Sin embargo, el mundo no fue destruido ni criatura alguna lastimada, ya que los restos de aquella estrella brillante fueron arrastrados por los vientos y cayeron a la tierra, filtrándose a través de ella hasta las aguas subterráneas que corrían bajo ella.

Arrastrando cada esencia elemental que se cruzaba en su camino, los restos del Sol llegaron hasta el ardiente núcleo del mundo y empezaron a calentarse, mientras en la superficie, su falta hacía que el frío y la oscuridad invadiesen el planeta. No obstante, aquella mezcla empezó a entrar en ebullición, comenzó a latir y, finalmente, a endurecerse, formándose en el interior del mundo un huevo de piedra incandescente.

Hasta que llegó el momento de abrirse.

La tierra entonces se abrió, formándose un volcán en erupción que atrajo hasta la superficie oscura del mundo más que magma candente, llevó el huevo a los ojos de los dioses y, al contactar con aquel ambiente frío y sin luz, la cáscara de piedra comenzó a romperse.

Y regresó la luz y el calor.

El fénix desplegó sus alas de fuego y la corriente cálida que levantó llevó los restos de la cáscara del huevo de la que había nacido hasta donde estuvo el Sol antes de su nacimiento, devolviendo aquella necesaria estrella al mundo, que recuperó la luz y la temperatura que tenían antes de su nacimiento.

Había nacido la libertad, había nacido el fénix.

Aquella criatura vio nacer todas las nuevas razas que crearon los dioses tras la guerra, vio crecer el nuevo mundo que había ocasionado lo que le dio origen a su propia existencia, y así fue durante dicen que 500 años, que fue lo que duró su existencia. Tras aquel tiempo, sintió deseos de hacer un nido y, una vez hecho, se consumió en su propio fuego, volviéndose meras cenizas.

Cenizas de las cuales se formó un huevo.

Cuando aquel huevo eclosionó, renació el fénix y así fue toda su vida, pues era incapaz de morir de forma alguna, su inmortalidad acababa siempre en el mismo lapso de tiempo, moría y renacía del mismo modo, por lo que solo hubo durante milenios un solo ave fénix.

Hasta el día en que, de las cenizas, se formaron dos huevos.

Ese fue el comienzo del nacimiento de más fénix, por eso siempre fue una criatura tan escasa, ya que era muy difícil que la sangre de esta raza se reprodujera con otras y, de igual modo, era extremadamente complicado que las cenizas formasen más que el huevo del que renacería el fénix que acababa de morir tras sus 500 años de vida y sus muchas vidas anteriores.

Y esta es la historia del mundo, de la creación de las razas por obra de los dioses y de cómo el fénix nació de la libertad que ellos crearon inconscientemente cuando dieron fin a aquella disputa que a punto estuvo de acabar con toda la creación.”