Buscando canguro III: El traidor arrepentido

“Se busca sujeto responsable, disciplinado, fuerte y paciente para hacerse cargo de 3 bebés usagi cuando se le requiera. Buen sueldo, condiciones óptimas y alojamiento si es necesario. Interesados, contactar con Arles Revenant.”


La tercera persona que contestó a ese anuncio se le hizo conocida nada más escuchar su apellido. “Kiryuu”, murmuró con gesto ausente sentado en el quicio interior de la ventana, con los brazos cruzados. Sus tres conejitos acababan de cenar después de haberle montado una guerra campal a la hora del baño, pues ya siendo de noche estaban más espabilados y activos que en las horas diurnos. Los usagi eran nocturnos después de todo, así que debía educarles para llegar a un término medio. Y, por lo general, no los bañaba en la noche, ya que estaban más inquietos y juguetones y acababa él con más agua y jabón encima que ellos, así que aprovechó e igualmente se bañó con los bebés. Al fin y al cabo, había decidido programar la entrevista después de la cena, y procediendo de una familia de cazadores de vampiros, dudaba que fuera a tener mucho problema con el horario. No es que tuviera un conocimiento exhaustivo sobre esa familia y su situación, pero un mercenario se entera de muchas cosas y la información siempre es bien recibida, así que andaba enterado de la situación de aquella familia en cierto modo. ¿Preocupado por posibles traiciones? Quien sabía, uno nunca podía fiarse ni de sí mismo…

Un pelotazo en su cabeza le sacó de sus pensamientos de golpe, frunciendo el ceño cómicamente mientras se enfadaba consigo mismo por no haberlo visto venir, haciendo que el responsable de ello mostrase una sonrisa infantil divertida. Desvió su gesto severo hacia sus bebés, que hacían de las suyas en una mantita de juegos en el suelo del salón, el cual estaba otra vez hecho un desastre atestado de juguetes de bebé por todas partes, a pesar de que lo hubiera recogido por enésima vez. Por todos los demonios, ¿cómo podían ser tan desordenados sus vástagos cuando él era todo lo contrario? Debían de haber salido a su madre…

Iba a reprenderle en forma de juego cuando las orejas de los cuatro usagis se movieron al unísono, ya que alguien se acercaba por el inmenso jardín que rodeaba el sobrio unifamiliar donde vivían. Estuvieron atentos a la puerta, hasta que oyeron que alguien la tocaba, por lo que Arles mandó a sus hijos a sentarse al sofá mientras él iba hacia la puerta esquivando los “obstáculos” que había en su camino en forma de juguetes infantiles. Miró el salón, una vez ya con el pomo de la puerta en la mano y suspiró resignado, moviendo la cabeza de forma negativa, mientras sus bebés se hacían los buenos en el sofá observando atentamente a su padre. Así que, sin más, Arles se giró y abrió finalmente la puerta, apartándose de golpe antes de decir nada, evitando así que volviera a golpearle la pelota que uno de los bebés había lanzado, fingiendo que no había hecho nada. El que no iba a tener tanta suerte de librarse del pelotazo era el que estuviera justo en la puerta en ese momento, esperando a que le invitasen a entrar…

Había notado la inquietud del recién llegado en su olor y en su paso cuando éste avanzaba por su jardín hacia su puerta, por lo que le agradó el estoicismo del que hizo gala al hablar o, más bien, al intentarlo en principio, ya que aquel pelotazo de uno de sus hijos se lo había llevado el humano de lleno. Aun así, el chico pareció no haberse inmutado en demasía, recuperando enseguida la compostura y volviéndose a ocupar de lo que le requería en esos momentos, que era averiguar si estaba ante la persona que estaba por ponerle a prueba para un posible trabajo. Arles le observó escrutadoramente en silencio unos breves segundos antes de contestarle. No tendría más de 18 o 20 años, alto, peliblanco, ojos dulces, actitud educada y estoica, precavido y correcto. Le agradaba de momento, aunque su rostro siguiera inmutable, mirándole con sus ojos duros y fríos color plata en el umbral de la puerta.

- Gemelos idénticos… - murmuró sin desclavarle la mirada, sabiendo de la existencia de su hermano vampiro, aunque desconociera hasta ese momento si eran gemelos o mellizos -. Lo has encontrado, Kiryuu – le aclaró finalmente, haciendo referencia a la persona que el otro buscaba y, a su vez, mostrándole que sabía que era quien esperaba -. Yo soy el señor Revenant – se presentó de aquella manera, para que supiese como debía dirigirse a él, pues habiendo estado la mayor parte de su vida trabajando en el ejército, tenía gran costumbre de respetar los rangos y jerarquías de poder. Entonces, se acercó al chico aún en la puerta, pareciendo que fuera a invadir su espacio personal porque se estaba inclinando hacia delante sin desclavarle la mirada de la suya, cuando, sin más explicación, pasó de largo y recogió del suelo la suave pelota de tela con la que había sido golpeado el recién llegado. Así pues, se volvió a incorporar y, sin más, le puso el blando objeto entre las manos y, sin invitarle todavía a entrar, le dijo -. Lánzasela – sonó a orden, pues toda petición de boca de Arles sonaba como si lo fuese, volteándose un poco para indicarle con la cabeza uno de los conejitos del sofá, el cual había sido el responsable de ese pelotazo -. Al del parche en el ojo – al momento de sentirse nombrado, el conejito naranja se deshizo del parche y se lo puso a su hermano de color blanco, escondiéndose travieso detrás de él mientras el otro intentaba quitarse el parche cómicamente y el tercer hermano hacía como que ignoraba a los adultos que los miraban, dándoles la espalda y mirándoles de reojo. Arles volvió la cabeza de nuevo hacia Ichiru -. Al del pelaje anaranjado – le concretó, mientras el travieso conejito asomaba juguetón tras el bebé blanco el ojito que siempre tenía visible -. Tiene que aprender que la provocación usualmente produce reacción.

Quizás fuera una señal del destino o una bendición para calmar su interna inquietud sobre aquel sujeto, pues en el momento en que le ofrecía la pelota a Ichiru, sintió un escalofrío interior que le hizo tensar su cuerpo y detenerse en actos y palabras con inmediatez, aislándose de todo y de todos durante apenas un segundo.

"Arles, ven"

Su amo le llamaba, aunque odiara referirse a Liott así, pero no tenía más remedio. Fuera el momento que fuese, debía dejar lo que estuviera haciendo y acudir a su presencia. Si no había querido decirle el motivo de su llamado de aquella manera mental, es que tenía razones para hacerlo. Así que cuando volvió al mundo real de nuevo, agarró la pelota de entre las manos del humano y la lanzó certeramente sobre la cabecita de Eri, el travieso conejito anaranjado, que se dejó caer en el suelo ante el suave impacto y se hizo el muerto dramática y graciosamente ante la mirada de sus hermanos, que rieron ante la actuación, aunque Van pretendiera fingir que no lo hacía.

— Me temo que he de marcharme, habremos de dejar esto para otro momento.

Fueron las escuetas palabras que le dedicó a Ichiru, antes de colocar el parchecito de Eri en su legítimo dueño y ordenarles que se subieran a su espalda, tomando lo necesario para salir de casa y dirigirse hacia La Orquídea Azul de inmediato. Su destino y el de sus hijos dependían para su desgracia de su fidelidad y obediencia a Príncipe Liott... y así sería por siempre...








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